miércoles, 11 de enero de 2012

EL ZARCO

El Terror
Una noche de agosto de 1861, la población se resguardaba temprano en sus casas por el terror que le tenían a los bandidos, conocidos comúnmente como los plateados pues éstos realizaban impunemente saqueos, matanzas, raptos, incendios y exterminios en los pueblos y haciendas aledañas  al sur del Estado de México. Yautepec no estaba exento de dichos asaltos, así que de día colocaban vigías en las torres de las iglesias para dar aviso a la población de la llegada y partida de bandoleros, de esta forma, los habitantes de Yautepec tenían tiempo de esconderse en sus casas y las iglesias. Pero esto de noche era imposible, así que estaban siempre expuestos.
Las dos amigas
En un huerto en Yautepec, vivían Manuela –joven de 20 años, tez pálida, ojos negros, cejas aterciopeladas, cabello negro y con aspecto aristocrático- y Doña Antonia –madre de Manuela, anciana de buenas costumbres y honrada. Esta última tenía una ahijada más o menos de la misma edad que Manuela, Pilar –joven morena criolla que denuncia a la hija humilde del pueblo y con carácter opuesto a Manuela- que era huérfana pero Doña Antonia se había encargado de cuidarla desde pequeña.
Nicolás
Nicolás era un joven trigueño, con el tipo indígena bien marcado pero de cuerpo alto y esbelto, de formas hercúleas, con ojos negros y dulces, nariz aguileña, boca grande, fuerte y varonil. Intentaba diferenciarse de los demás por su modo de vestir y visitaba todos los días a Doña Antonia y Manuelita.
En la hacienda donde trabaja Nicolás, todos los hombres se han unido para protegerla y han expulsado a los informantes y cómplices de los bandidos.
Este día en particular, le informó a Doña Antonia que vendría a Yautepec una guardia del gobierno porque los bandidos habían asesinado una familia rica y extranjera en la carretera rumbo a Acapulco.

El Zarco
Mientras esto acontecía, al caer la noche, cerca de la hacienda de Atlihuayan, había un hombre joven de 30 años, alto, bien proporcionado, de espaldas hercúleas y cubierto literalmente de plata, temido y conocido por la gente como El Zarco por el verdor de sus ojos.

La Entrevista
El Zarco visitaba, algunas noches, a Manuelita, con quien mantenía cortejo y le regalaba joyas y dinero. Nadie en el pueblo sospechaba de la relación entre estos dos, pues nadie se atrevía ni a asomarse por la noche por temor a los plateados. No obstante, se rumoraba que en noches de lluvia, aparecían marcas de caballo al lado de la barda del huerto, pero Doña Antonia, nunca se enteró de dichos rumores.
Manuela alertó al Zarco sobre la llegada de la guardia militar y sobre la partida a México que planea su madre para los próximos días. Cegada por el amor y la codicia, le pide al Zarco que la rescate cuando esté en la carretera con la guardia y su madre, pero el Zarco sabe que esta maniobra es peligrosa y sus compañeros no se arriesgan tan fácilmente si no hay ganancias de por medio.

La Adelfa
A un costado de la Adelfa en el huerto de Doña Antonia, Manuela escondía en una bolsa de cuero  enterrada las cosas que el Zarco le regalaba con frecuencia. Esa noche le había traído joyas del asalto a los extranjeros rumbo a Acapulco que consistían en un anillo enorme de brillantes, una pulsera con dos serpientes de brillantes y unos pendientes que tenían marcas de sangre. No obstante, esto no le preocupó a Manuela y se probó sus nuevas joyas. Su rostro y su conciencia se habían transformado en codicia y vanidad. Aquella dulce muchacha que tejía guirnaldas en el huerto, tenía mirada malvada y vanidosa.
Manuela ocultó sus regalos en la bolsa de cuero, volvió a enterrar su tesoro y se fue a dormir.
Quién era el Zarco
El Zarco era hijo de honrados padres que deseaban inculcarle buenos valores y amor al trabajo, pero él era de carácter rebelde y holgazán por naturaleza y pronto se hartó de las múltiples tareas que debía cumplir y de la escuela. Se fue de su casa muy joven y vivió por diversos periodos en haciendas donde cuidaba caballos. Tampoco era muy querido en su trabajo porque era holgazán, con cierta codicia, no amaba a nadie y envidiaba a los demás.
Era un joven de buena figura, de color blanco impuro, ojos color azul claro, de cabello rubio pálido y cuerpo esbelto y vigoroso.
Por fin, cansado de aquella vida de servidumbre, el Zarco huyó con unos cuantos caballos para venderlos y se juntó con una nube de bandidos.
 El Zarco logró escapar a Puebla, en donde continuó con sus actividades ilegales. También eran famosas las crueles venganzas que el Zarco empeñaba contra los dueños de las haciendas donde había trabajado.
El Búho
En su camino rumbo a Xochimancas el Zarco meditaba sobre su futuro. Deseaba a Manuela porque era la más rica y hermosa de Yautepec, por su propia vanidad, más no la amaba. Pensaba que al casarse con ella rompería con su estatus vanidoso entre sus amigos bandidos: podía tener una querida como ella, más no casarse. Tampoco le atraía dejar la vida que llevaba, a pesar de que podía vender la mercancía robada y comprarse un rancho, pero al Zarco no le gustaba trabajar y algún día lo encarcelarían por sus fechorías pasadas. De pronto un tecolote cantó cuando el Zarco pasaba debajo de un árbol y en su mente supersticiosa sucumbió el temor por el canto que todas las noches se repetía cuando éste pasaba por el mismo lugar.
La fuga

Al día siguiente, Nicolás visitó a Doña Antonia para informarle que la tropa arribaría a Yautepec al día siguiente por la mañana y estaría muy poco tiempo en el pueblo. Doña Antonio le pidió que vendiera su huerto y que fuera a visitarlas a México. Entre tanto, Manuela dormitaba en su cuarto porque debía guardar fuerzas para su fuga nocturna y su madre pensaba que ella estaba enferma.
Antes de marcharse, Nicolás prometió ayudar a Doña Antonia en lo que le pedía, pues le tenía gran estima.
Por la noche, Doña Antonia trató de conciliar el sueño, pero una fuerte tormenta se desató a la hora que Manuela debía alistarse y se sintió invadida por pesadumbre y malos presentimientos. Por su parte, Manuela, como toda mujer enamorada, no prestó cuidado al mal clima y tuvo la motivación para salir al jardín descalza en medio de una lluvia torrencial, desenterrar su tesoro y esperar a su amado.
El Zarco llegó al huerto con unos amigos, subió a Manuela al caballo y se fugaron de Yautepec.
Antonia
Doña Antonia pasó muy mala noche, no podía dormir y a media noche escuchó rumores, pero los atribuía a su imaginación y a la fuerte tormenta y no deseaba salir a revisar para no molestar a su pobre hija.
A la mañana siguiente, fue al cuarto de Manuela y al no encontrarla allí, salió al jardín a buscarla. Todo estaba mojado y había mucha maleza. Doña Antonia no imaginaba lo que le esperaba, por el contrario, pensaba en la insensatez de Manuela al salir tan temprano al huerto empapado. Una serie de pequeñas huellas de pies descalzos la guiaron hasta la barda por donde salió Manuelita. Allí se encontró con las huellas de varios caballos y entonces comprendió que algo terrible había pasado

La Carta

Mientras observaban en el jardín las dejadas por Manuela, un joven llegó a casa de Doña Antonia con una carta de Manuela, la cual le entregaron unos bandidos en la carretera. La carta era de Manuela para su madre, en donde decía que se fugaba con un hombre que la hacía feliz y que cualquier esfuerzo por encontrarla, era inútil. Doña Antonia estaba desecha y mortificada por la carta y por un momento dudó de Nicolás, pero tanto Pilar como sus tíos dijeron inmediatamente que esto era imposible y Doña Antonia se sintió culpable por dudar de la honradez y bondad de Nicolás. Al poco rato, este llegó a casa de Doña Antonia porque había escuchado ciertos rumores sobre una joven muy hermosa cabalgando con el Zarco y los plateados. Al leer la carta de Manuela comprendió que ella se había fugado con el Zarco y en verdad era inútil rescatarla, porque ella se había ido por su propia voluntad.

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